Así
llamaba
el
lenguaje
popular
a
las
fiestas
pascuales.
El
antiguo
catecismo
había
recogido
la
expresión
cuando
prescribía
a
los
creyentes
comulgar
por
Pascua
florida.
Es
un
nombre
plenamente
justificado,
porque
la
Pascua
coincide
con
la
estación
en
la
que
tras
el
letargo
invernal,
la
naturaleza
vive,
de
forma
repentina
y
casi
inesperada,
la
explosión
de
color,
formas,
perfumes,
vida
y
belleza
que
denominamos
primavera.
Pascua
florida
une
en
perfecta
armonía
la
fiesta
cristiana,
litúrgica,
y
la
experiencia
natural,
profana,
que
subyace
a
ella.
A
mi
me
sugiere
un
problema
que
el
clima
de
secularización
de
la
cultura impone de forma cada vez más aguda a las comunidades cristianas y una pista (lo confieso, sólo incierta y germinal) para encontrarle respuesta.
El
problema
es
la
tensión
cada
vez
mayor
entre
el
ideal
litúrgico
(la
fiesta
de
las
fiestas);
y
la
cruda
realidad
que
la
reduce
para
la
mayor
parte
de
sus
miembros,
por
presión
social,
por
necesidad
real,
o
por
las
dos
cosas
a
la
vez,
a
unas
breves
vacaciones
de
primavera.
Las
respuestas
que
encuentran
la
mayor
parte
de
las
familias
cristianas
para
no
renunciar
a
los
polos
de
esa
fuerte
tensión
es
incluir
en
el
programa
de
las
vacaciones
fiestas
y
espectáculos
tradicionales,
generalmente
procesiones,
y
asistir
en
condiciones
mucho
menos
favorables
que
las
de
sus
lugares
de
origen
a
la
celebración
de
oficios
religiosos masivos y muy poco participados.
Pascua
florida
orienta
hacia
otra
solución
de
esa
tensión
inevitable.
La
Pascua
cristiana
incorpora
la
conmemoración
del
Éxodo
del
pueblo
de
Israel,
de
las
fiestas
con
que
pastores
y
agricultores
saludaban
el
renacimiento
de
la
vida
en
las
crías
y
en
el
brotar
de
las
flores
y
sementeras,
y
la
experiencia
más
general
que
supone
para
los
seres
vivos
la
primavera.
Una
invitación
a
hacer
aflorar
a
la
conciencia
la
necesidad
de
vida,
de
renovación
que
llevamos
dentro
de
nosotros
y
que
la
Resurrección
del
Señor
viene
a
confirmar
y
realizar
en
un
nivel
insospechadamente
más
profundo;
una
invitación
a
vivir
la
Pascua
en
esas
experiencias
humanas
que
son
el
encuentro
con
otros
caminantes
mientras
volvemos
a
casa
tal
vez
un
poco
desesperanzados,
la
escucha
de
palabras
que
ponen
en
ascuas
nuestro
corazón,
la
invitación
a
nuestra
mesa
a
personas
que
pasan
a
nuestro
lado,
el
compartir
el
pan
que
abre
nuestros
ojos,
nos
llena
el
corazón
de
alegría
y
nos
hace
decir
con
todo
el
convencimiento:
verdaderamente
ha
resucitado
el
Señor.
La
celebración
sosegada,
ya
de
vuelta
en
nuestras
comunidades
cristianas,
de
la
cincuentena
pascual
nos
permitirá
después
compartir
con
los
hermanos
y
hermanas
creyentes
la
fe
y
la
esperanza
pascuales
y
contarnos
unos
a
otros
cómo
cada
uno,
a
su
modo,
hemos
reconocido
o
vamos
reconociendo
al
Señor
en
nuestras
vidas,
de
trabajo
o
de
vacaciones, al compartir el pan.
PASCUA FLORIDA
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