Al
acabar
cada
uno
de
los
dos
grandes
ciclos
del
año
litúrgico,
constituidos
por
la
Navidad
y
la
Pascua,
se
extiende
el
Tiempo
Ordinario
(TO)
de
33
ó
34
domingos,
en
los
que
se
celebra,
simplemente,
el
Día
del
Señor.
Llamados
a
ser
por
la
fe
hermanos
en
Jesucristo
e
iniciados
sacramentalmente
por
el
sello
del
Espíritu,
los
cristianos
ejercen
en
el
mundo
el
compromiso
de
la
caridad.
Reunidos
en
asamblea,
dan
semanalmente
al
Padre
la
gloria
que
se
merece,
ya
que, "gracias a Cristo, unos y otros, por un mismo Espíritu, tenemos acceso al Padre" (Ef 2,18).
Las
normas
universales
del
año
litúrgico
dicen
que,
además
de
los
tiempos
que
tienen
carácter
propio,
quedan
33
ó
34
semanas
en
el
curso
del
año
en
las
cuales
no
se
celebra
algún
aspecto
peculiar
del
misterio
de
Cristo,
sino
que
más
bien
se
recuerda
el
mismo
misterio
de
Cristo
en
su
plenitud,
principalmente los domingos.
Los
domingos
que
siguen
a
Pentecostés
ayudan
a
desarrollar
el
sentido
de
la
Pascua
cristiana
y
el
misterio
de
Cristo
en
su
totalidad.
Es
decir,
nos
recuerdan
la
vida
histórica
de
Jesús,
especialmente
su
ministerio
público.
Por
consiguiente,
la
lectura
principal
de
este
tiempo
es
el
evangelio.
Todos
sabemos
que
la
1ª
lectura,
del
Antiguo
Testamento,
se
ha
elegido
en
relación
al
evangelio,
y
que
la
2ª
lectura,
salvo
excepciones,
es
de
Pablo
o
de
Santiago,
sin
que
forme
unidad
con
el
texto
evangélico.
En
el
TO
después
de
Pentecostés,
la
Iglesia
acentúa
la
peregrinación
de
los
cristianos
sobre
la
tierra
hasta
el
día
final,
bajo
la
atenta
guía
del
Espíritu.
Pero
la
Iglesia
de
la
peregrinación
es
Iglesia
militante,
del
compromiso,
que
marcha
con
caridad
hacia
el
objeto que le muestra la esperanza.
El domingo
Ya
dijimos
al
principio
que
el
domingo
fue,
desde
los
tiempos
más
remotos,
pascua
semanal.
El
Concilio
Vaticano
II
afirma
que
es
"la
fiesta
primordial
de
los
cristianos,
basada
en
una
tradición
apostólica
que
se
remonta
al
mismo
día
de
la
resurrección
de
Cristo"
(SC
106).
Desde
el
principio
fue
también
día
de
reunión
de
la
comunidad
cristiana
para
celebrar
al
Señor
mediante
la
cena
fraterna,
la
eucaristía,
la
reconciliación
y
la
comunicación
de
bienes.
Un
grupo
social toma conciencia y permanece si se reúne periódicamente. Así lo hicieron los cristianos en el domingo.
Lo ordinario
El
TO,
o
per
annum
(así
llamado
desde
comienzos
de
este
siglo),
es
tenido
por
los
liturgistas
como
un
tiempo
débil,
menor
o
incoloro.
La
palma
se
la
llevan
los
denominados
tiempos
"fuertes":
Adviento,
Navidad,
Cuaresma
y
Pascua.
Pero,
como
abarca
nada
menos
que
algo
más
de
la
mitad
del
año
(unos
34
ó
35
domingos),
algunos
liturgistas
tratan
de
buscarle
al
TO
un
contenido
específico
que
permita
considerarlo
como
un
tiempo
importante.
Lo
cierto
es
que,
al
no
celebrarse
en
el
TO
ningún
misterio
particular
del
Señor,
es
fácil
caer
en
la
cuenta
de
que
su
especificidad
reside
propiamente
en
el
domingo
a
secas.
De
ahí
que
se
dirija
la
mirada
a
los
34
formularios
de
las
misas
dominicales
propios
de
este
TO.
Dada
la
flexibilidad
que
poseen
estos
formularios,
se
pueden sugerir algunas propuestas.
La
primera
consistiría
en
que
se
pusiera
de
relieve
el
valor
de
lo
ordinario
o
común,
frente
a
lo
extraordinario.
Esto
significa
dar
relieve
al
día
de
labor
como
día
ordinario
con
todo
lo
que
conlleva:
el
trabajo,
el
sueldo
que
apenas
cubre
gastos,
el
cansancio
de
soportar
a
las
mismas
personas,
los
rezos
minúsculos
cotidianos,
el
reposo
apresurado,
la
conversación
sobre
el
tema
del
día,
el
jaleo
diario
familiar...
En
suma,
se
trata
de
que
la
fe
eche
raíces
en
la
vida
ordinaria.
Los
liturgistas
tienden,
por
formación
(o
deformación)
profesional,
a
valorar
casi
exclusivamente,
tanto
en
el
plano
teológico
como
en
el
pastoral,
el
domingo
como
día
de
la
asamblea
cristiana.
Y,
por
supuesto,
muchos
de
nuestros
actuales
practicantes
dominicales
están
persuadidos
de
que
se
santifican
y
se
salvan
básicamente
por
los
sacramentos.
Incluso
algunos
liturgistas
ven
con
cierta
sospecha
el
reposo
dominical
actual
(con
todo
lo
que
supone
de
diversión,
ocio,
contacto
con
la
naturaleza...),
en
la
medida
en
que
contribuye
a
secularizar
el
día
del
Señor.
De
ahí
que
hablemos
de
34
ó
35
semanas, con sus domingos incluidos, no de los domingos solamente.
La
segunda
propuesta
se
basa
en
la
necesidad
de
dar
su
importancia
a
ese
tiempo
considerado
"débil",
minusvalorado
frente
a
los
tiempos
fuertes.
A
pesar
de
que
el
Concilio
dijo
que
la
sagrada
liturgia
no
agota
toda
la
actividad
de
la
Iglesia,
algunos
liturgistas
dan
la
impresión
de
que
no
se
lo
acaban
de
creer.
La
mesa
del
hermano
(unida
indisolublemente
a
la
mesa
del
Señor)
no
es
sólo
mesa
dominical
sino
diaria.
También
es
mesa
de
cocina,
mesa
de
andar por casa. No estaría de más que uniéramos más veces, y más intensamente, liturgia y mensaje social.
La
tercera
propuesta
se
refiere
a
la
situación
de
las
semanas
que
componen
el
TO,
dividido
en
2
partes:
una
pequeña
(entre
Epifanía
y
Cuaresma,
que
transcurre
en
el
2º
trimestre
del
año
escolar),
y
otra
más
larga
(entre
Pentecostés
y
Adviento,
que
incluye
el
verano
y
los
comienzos
de
curso).
El
verano
parece
carecer
de
importancia
(es
tiempo
de
vacaciones
y
momento
de
que
cese
casi
toda
la
actividad
parroquial
o
comunitaria,
salvo
la
eucarística
y
penitencial).
Pero
el
mes
de
septiembre
es
tiempo
de
preparar
el
nuevo
curso,
que
comienza
a
mitad
de
ese
mes
o
a
principios
de
octubre.
En
algunos
domingos
del
TO
(mediante
liturgias
de
la
palabra
especiales)
cabe
poner
de
relieve
el
trabajo
pastoral
que
lleva
a
cabo
la
comunidad,
parroquia
o
movimiento,
con
objeto
de
dar
noticia
pública
de
sus
compromisos
globales.
También
aquí
hay
que
salir
al
paso
de
ciertos
purismos
litúrgicos
que
impiden
el
pleno desarrollo de la asamblea cristiana, al reducirla casi exclusivamente a la actividad cúltica.
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