Fue
el
más
célebre
de
los
mártires
de
la
persecución
de
Valeriano.
Murió
dando
testimonio
de
Jesucristo,
el
Señor,
el
10
de
agosto
del
año
258,
entregando
su vida por la causa de su Iglesia.
Lorenzo
era
el
más
importante
de
los
siete
diáconos
de
la
Iglesia
de
Roma.
La
diaconía
llevaba
consigo
atender
a
las
necesidades
de
los
cristianos
más
menesterosos
y
la
predicación
del
Evangelio.
Al
ser
el
primero
de
los
diáconos
Lorenzo,
tenía
por
oficio,
además,
la
custodia
y
administración
de
los
bienes
eclesiásticos
que
en
este
tiempo,
alternante
entre
persecuciones
y
bonanzas,
no
eran
cuantiosos
ni
requerían
más
tiempo
que
el
necesario
para
distribuir
del
mejor
modo
posible
las
limosnas
que
de
los
cristianos
mismos
se
juntaban
y
remediar
en
lo
posible
las
necesidades
de
los
fieles
más
pobres
y
de
los
familiares
que
habían
quedado
desamparados
–casi
siempre
huérfanos
o
viudas–
por
haber
sufrido
martirio
sus
padres
o
esposos.
No
era
mucho
lo
que
podían
aportar
aquellos
cristianos;
en
su
inmensa
mayoría
eran
de
oficio
humilde
y
se
ganaban
la
vida
como
zapateros,
artesanos,
carpinteros
y
herreros,
cuando
no
servían
como
esclavos
en
las
casas
de
sus
dueños.
Es
verdad
que
entre
ellos
había
algún
rico,
militares
que
cobraban
su
soldada
y
alguno
que
otro hacía de escribano o se dedicaba al comercio; pero estos eran menos.
Contra
los
cristianos
había
frecuentes
calumnias;
tantas
que,
a
veces,
ellos
mismos
tenían
la
sensación
de
ser
socialmente
considerados
como
un
basurero
por
la
maledicencia
difundida
a
diario
y
que
recorría
la
ciudad
por
los
mentideros.
La
fuente
fue
casi
siempre
la
ignorancia
por
parte
de
los
paganos
del
hecho
cristiano;
a
veces,
fue
la
envidia
por
sentirse
los
paganos
incapaces
de
vivir
con
la
alegría,
honradez
y
bondad
que
veían
en
ellos;
otras
veces
fue
la
venganza
la
causa,
porque
alguien
dejó
a
su
novio
por
Jesús;
quizá
también
pudo
influir
la
imaginación
popular
que
agrandaba
las
virtudes
de
los
cristianos
ininteligibles e interpretadas desde la malevolencia o desde el desprecio.
¿Pudo
ser
la
ambición
de
los
gestores
del
estado?
Es
posible
que
alguno
llegara
a
creerse
los
bulos
que
circulaban
por
el
pueblo.
Sí,
decían
que
los
cristianos
se
entregaban
a
orgías
nocturnas,
generalizando
la
frecuencia
y
malinterpretando
la
celebración
de
la
eucaristía
o
misterio;
afirmaban
que
eran
ricos en oro y joyas sin cuento; contaban que traían y llevaban dinero y riquezas de una parte a otra del Imperio.
El
hecho
fue,
según
nos
ha
llegado,
que
el
mismo
día
o
al
siguiente
–siempre
las
fuentes
afirman
que
fue
a
raíz
del
martirio
del
papa
Sixto
II,
al
que
separaron
la
cabeza
del
tronco–,
tomaron
preso
al
diácono
Lorenzo.
El
capítulo
de
cargos
en
el
proceso
está
basado
en
el
cometido
de
su
propio
ministerio.
Son
las
riquezas
de
la
Iglesia
las
que
buscan
los
jueces.
Pasado
el
tiempo
oportuno
concertado
con
el
tribunal,
Lorenzo
presenta
al
juez
pagano
las
riquezas
completas
de
la
Iglesia,
mostrándole
la
muchedumbre
de
pobres,
lisiados,
enfermos,
viudas
y
huérfanos
que
pudo
reunir
en
Roma
y
que
él
solía
atender
con
las limosnas.
La
decepción
por
tamaña
«opulencia»
lleva
al
juez
al
enojo
por
sentirse
burlado,
dictaminando
la
muerte
sobre
ascuas
del
insolente
Lorenzo,
que
quiso
engañarle
dando
miseria
por
riqueza,
aunque
con
respeto.
Un
lecho
de
carbones
encendidos
hechos
ascuas
es
la
última
cama
en
la
tierra
del
diácono
Lorenzo.
«Pax
et
Roma
tenent»
«Roma
y
la
paz
son
una
misma
cosa»
escribió
Prudencio,
poniendo
en
la
boca
del
santo
mártir
palabras
que
muy
posiblemente
de
él
no
salieron;
quizá
interpretó
muy
bien
en
su
rebuscado
verso
la
intención,
vida
y
obra
de
Lorenzo.
Dios
quiere
la
fraternidad
de
todos
los
pueblos;
la
unidad
ha
de
encontrarse
en
la
identidad
de
fe
y
en
la
adopción
de
costumbres
o
modos
de
convivencia
según
el
espíritu
de
Cristo.
Aunque
se
intuye
que
esa
paz
y
comunión
solo
se
dará
de
modo
definitivo,
pleno
y
perfecto
cuando
estos
cielos,
tierra
y
hombres
hayan
pasado
porque
se
han
abierto
los
esjáticos
cielos,
tierra
y
hombres
nuevos;
cuando
el
más
allá
se
ha
hecho
hoy
y
ese
hoy
no
siquiera
pueda
pronunciarse
con
verdad
por
haberse
convertido
en
ya
o,
mejor
aún,
en
permanencia
inmutable,
sin
cambio
ni
progresión
a
ningún
otro
punto
alcanzable.
Era
interpretada
la
oración
del
mártir
moribundo
con
hálitos
de
universal
caridad.
De
este
modo
fue
entretejida
hermosamente
por
el
poeta
la
vida
y
muerte
de
Lorenzo
hecha
canto.
Quedó
también
exaltada
por
las
tablas
del Renacimiento, tanto en Flandes como en Italia, la figura agigantada de Lorenzo para no ser menos el pintor con sus pinceles que el vate con sus versos.
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