Por la oración se alcanza la felicidad
1.
Por
dos
razones
conviene
que
admiremos
a
los
siervos
de
Dios
y
los
reputemos
felices:
porque
pusieron
la
esperanza
de
su
salvación
en
las
santas
oraciones,
y
porque
conservando
por
escrito
los
himnos
y
adoraciones,
que
con
temor
y
gozo
tributaron
a
Dios,
ríos
transmitieron
también
a
nosotros
su
tesoro,
para
poder
arrastrar
a
su
imitación
a
la
posteridad.
Porque
es
natural
que
pasen
a
los
discípulos
las
costumbres
de
los
maestros,
y
que
los
discípulos
de
los
profetas
brillen
como
imitadores
de
justicia,
de
suerte
que
en
todo
tiempo
meditemos,
roguemos,
adoremos
a
Dios,
y
ésta
tengamos
por
nuestra
vida,
ésta
por
nuestra
salud
y
alegría,
éste
por
el
colmo
y
término
de
todos
nuestros
bienes,
el
rogar
a
Dios
con
el
alma
pura
e
incontaminada.
Porque
como
a
los
cuerpos
da
luz
el
sol,
así
al
alma
la
oración.
Si,
pues,
para
un
ciego
es
grave
daño
el
no
ver
el
sol,
¿qué
clase
de
daño
será
para
un
cristiano
el
no
orar
constantemente, e introducir en el alma por la oración la lumbre de Cristo?
Excelsa dignidad del hombre que ora
2.
¿Quién
hay
que
no
se
espante
y
admire
del
amor
que
Dios
manifiesta
a
los
hombres
cuando
libremente
les
concede
tan
grande
honor
que
no
se
desdeña
de
escuchar
sus
preces
y
trabar
con
ellos
conversación
amigable?
Pues
no
con
otro,
sino
con
el
mismo
Dios
hablamos
en
el
tiempo
de
la
oración,
por
medio
de
la
cual
nos
unimos
con
los
ángeles
y
nos
separamos
inmensamente
de
lo
que
hay
en
nosotros
común
con
los
brutos
irracionales.
Que
de
ángeles
es
propia
la
oración,
y
aun
sobrepuja
a
su
dignidad,
puesto
que
mejor
que
la
dignidad
angélica
es
hablar
con
Dios.
y
que
como
digo,
sea
mejor,
ellos
mismos
nos
lo
enseñan
al
ofrecer
a
Dios
nuestras
súplicas
con
gran
temor
(Ap.
5,
8),
haciéndonos
ver
y
aprender
de
este
modo
que
es
razón
que
cuantos
se
acercan
a
Dios,
lo
hagan
con
gozo
sí,
pero
también
con
temor.
Con
temor,
temblando
no
seamos
dignos
de
la
oración,
y
llenos
al
mismo
tiempo
de
gozo
por
la
grandeza
del
honor
recibido.
Pues
de
tal
extraña
y
singular
providencia
se
reputa
el
género
humano,
que
podemos
gozar
continuamente
de
la
conversación
con
Dios,
por
medio
de
la
cual,
hasta
dejamos
de
ser
mortales
y
caducos;
pues
mientras
por
una
parte
permanecemos
mortales
por
naturaleza,
por
la
otra,
con la oración y conversación con Dios nos trasladamos a una vida inmortal.
En
efecto:
es
necesario
que
quien
conversa
con
Dios
llegue
a
ser
superior
a
la
muerte
ya
toda
corrupción;
y
así
como
es
absolutamente
parecido
que
quien
goza
de
los
rayos
del
sol
esté
alejado
de
las
tinieblas,
del
mismo
modo
es
necesario
que
quien
disfruta
del
trato
divino
no
sea
ya
mortal,
porque
la
misma
grandeza
del
honor
le
traspasa
a
la
inmortalidad.
Pues
si
es
imposible
que
los
que
hablan
con
el
emperador
y
son
de
él
estimados
sean
pobres,
muchísimo
más lo es que los que ruegan a Dios y le hablan tengan almas expuestas a la muerte.
La oración es la fuente y origen de la virtud
3. Pues la muerte de las almas es la impiedad y la vida sin ley; como al contrario, su vida es el servicio de Dios y el modo de obrar conforme a El.
Cierto
es
que
la
vida
santa
y
conforme
al
servicio
de
Dios,
claro
está
que
la
oración
la
produce
y
maravillosamente
la
guarda
como
un
tesoro
en
nuestras
almas.
Porque
sea
que
uno
ame
la
virginidad,
sea
que
se
esfuerce
por
guardar
la
moderación
propia
del
matrimonio,
o
por
superar
la
ira,
o
por
familiarizarse
con
la
mansedumbre,
o
por
vencer
la
envidia,
o
por
cumplir
cualquier
otro
deber,
teniendo
por
guía
a
la
oración
que
le
vaya
hallando
la
senda
del
modo
de
vivir que haya escogido, hallará expedita y fácil la carrera de la piedad.
Nos conviene obedecer a Dios
4.
Porque
no
es
posible,
no,
que
los
que
piden
a
Dios
el
don
de
la
templanza,
de
la
justicia,
de
la
mansedumbre,
de
la
virginidad,
no
consigan
lo
que
piden.
Porque,
pedid,
dice,
y
se
os
dará,
buscad
y
hallaréis,
llamad
y
se
os
abrirá;
porque
todo
el
que
pide,
recibe;
y
el
que
busca,
halla,
y
al
que
llama
a
la
puerta
se
le abrirá" (Mt. 7; Lc. 11).
Y
aun
añadió
de
nuevo:
¿Quién
de
Vosotros
hay,
que
si
su
hijo
le
pide
pan,
le
dé
una
Piedra,
¿
O
si
le
pide
un
pez
le
dé
una
serpiente
?
¿O
si
le
pide
un
huevo
le
dé
un
escorpión?
Pues
si
Vosotros
siendo
malos
sabéis
dar
cosas
buenas
a
vuestros
hijos,
¿cuánto
más
vuestro
Padre
del
cielo
dará
el
Espíritu
bueno a los que se lo pidan? (Ibíd).
Con
tales
palabras
nos
exhortó
a
la
oración
el
Señor
de
todo
lo
creado,
ya
nosotros
nos
conviene
vivir
siempre
obedientes
a
Dios,
ofreciéndole
himnos
de
alabanza
y
oraciones
con
mayor
cuidado
del
culto
divino
que
de
nuestra
propia
alma;
porque
así
podremos
vivir
siempre
una
vida
digna
de
hombres.
Porque
el
que
no
ruega
a
Dios,
ni
ansía
gozar
constantemente
de
la
divina
conversación,
está
muerto
y
sin
alma,
y
no
tiene
del
todo
sano
el
juicio;
porque
ésta
es
la
mayor señal de insensatez: el no conocer la grandeza de este honor, ni amar la oración, ni tener por muerte del alma el no postrarse delante de Dios.
La oración es la vida del alma
Pues
claro
está
que
así
como
a
este
nuestro
cuerpo,
cuando
le
falta
el
alma
queda
fétido,
así
cuando
el
alma
no
se
mueve
a
sí
misma
a
la
oración,
muerta
está ya, miserable y corrompida.
5.
Y
que
se
deba
tener
por
más
acervo
que
cualquier
muerte
el
verse
privado
de
la
oración,
hermosamente
nos
lo
enseña
el
gran
profeta
Daniel,
al
elegir
antes
la
muerte
que
estar
por
sólo
tres
días
privado
de
la
oración;
pues
no
le
mandó
el
rey
de
los
persas
cometer
ninguna
impiedad,
sino
quiso
ver
tan
sólo
si
en
el
espacio
de
tres
(treinta)
días
se
hallaba
alguno
que
pidiese
nada
a
ninguno
de
los
dioses,
si
no
era
al
mismo
rey
i
(Dan.
4).
Porque
si
Dios
no
se
inclina
hacia
nosotros,
ningún
bien
descenderá
a
nuestras
almas;
pero
el
inclinarse
Dios
a
nosotros
maravillosamente
olvidará
nuestros
trabajos,
si
nos
ve
amar
la
oración y rogar constantemente a su Majestad, y tener puesta ¡nuestra esperanza en que allí han de descender a nosotros todos los bienes.)
Autor: San Juan Crisóstomo
POR LA ORACIÓN SE ALCANZA LA FELICIDAD
CONTACTO
Plaza de San Lorenzo, 5 | CÓRDOBA 14002
Teléfono: (957) 47 62 49| Email:
sanlorenzomartir.cordoba@gmail.com
Copyright © 2020 Real parroquia San Lorenzo Mártir de Córdoba