1. Necesidad de la oración
La
oración
es
la
vida
del
alma,
comc
el
aire
es
la
del
cuerpo.
Sin
oración,
nc
hay
vida
cristiana.
A
un
cristiano
se
lE
puede
definir
como
una
«persona
orante».
«Tener
fe
y
no
orar
es
una
forma
de
no
tener
fe:
la
fe
sin
obras
es
fe
muerta;
la
fe
sir
oración,
también»
(F.
E
RAMOS:
El
anuncic
del
evangelio.
La
evangelización nueva, Naturaleza y Gracia, Vol. XLII, enero-abrí 1994 ,59). Dios nos manda orar: «Sed sobrios y dedicaos a la oración» (1 Pe 4,7).
2. Qué es la oración
«Orar»
viene
del
latín
«orare»,
que
significa
hablar.
La
oración
es
un
diálogo
entre
dos
personas
que
hablan,
escuchan
y
responden.
Santa
Teresa,
maestra
de
oración
dice:
«Lo
primero
quiero
tratar,
según
mi
pobre
entendimiento,
en
qué
está
Ia
sustancia
de
la
oración.
Porque
algunos
he
topado
que
les
parece
está
todo
el
negocio
en
el
pensamiento...
El
aprovechamiento
del
alma
no
está
en
pensar
mucho,
sino
en
amar
mucho»
(F
5,2).
«No
es
otra
cosa
oración
mental,
a
mi
parecer,
sino
tratar
de
amistad,
estando
muchas
veces
tratando
a
solas
con
quien
sabemos
que
nos
ama»
(V
8,5).
Como
trataba
Moisés
con
Dios:
«Cara
a
cara,
como
habla
un
amigo
con
su
amigo»
(Ex
33,11).
«¿Qué
es
orar?
Es
la
elevación
consciente,
libre
y
amorosa
del
alma
a
Dios,
hecha
fielmente
en
Jesucristo...
es
adquirir
la
conciencia
de
nuestra
vida
cristificada
en
Dios...
es
llegar
en
el
silencio
de
sí
mismo
y
de
las
cosas
al
diálogo
vivo
con
El.
Diálogo
íntimo
de
tú
a
tú,
de
persona
a
persona,
de
corazón
a
corazón»
(B.
JIMÉNEZ
DUQUE,
Teología
de
la
Mística,
BAC,
Madrid
1963,
359-360).
Orar
es
la
celebración
de
la
amistad.
Cuando
la
oración
ha
llegado
a
las
cotas
más
altas,
a
la
contemplación,
la
oración
es
únicamente
«amor
en
silencio»:
«Cuando
el
alma
llega
a
este
estado...
hasta
el
mismo
ejercicio
de
oración...
es
ejercicio
de
amor»
(San
Juan
de
la
Cruz,
CB
28,9).
La
oración
nos
lleva
a
la
realización de nuestra vocación y de nuestro final feliz: amar y ser amados.
3. La Biblia, el libro de la oración
La
Biblia
es
el
libro
de
oración,
un
diálogo
entre
Dios
y
el
hombre,
en
el
que
Dios
se
hace
presente
con
palabras
y
con
obras
siempre
interpelantes,
que
exigen
una
respuesta
del
hombre.
Hacer
oración
es
ilustrar
nuestra
vida
con
la
Biblia,
la
palabra
de
Dios,
descubrir
lo
que
esa
palabra
nos
dice
aquí
y
ahora.
La
verdad
plena
de
la
Biblia
está
siempre
por
descubrir.
El
Espíritu
Santo
nos
la
va
revelando
en
las
circunstancias
de
cada
momento
y
nos
garantiza
una
comprensión
actualizada
de
la
misma.
«Nosotros
no
sabemos
orar
como
conviene,
pero
el
Espíritu
Santo
intercede
por
nosotros
con
gemidos
inenarrables»
(Ron
8,26).
Jesucristo
nos
enseñó
a
orar
y
el
Espíritu
Santo
nos
sigue
enseñando:
«Orad
en
el
Espíritu
Santo,
conservaos
en
el
amor
de
Dios»
(Jds
20).
Toda
nuestra
vida
debe
ser
confrontada
con
la
Biblia,
medida
de
la
verdad.
«La
lectura
de
la
Biblia
debe
acompañar
a
la
oración,
para
que
se
realice
el
diálogo de Dios con el hombre, pues a Dios hablamos cuando oramos y a Dios escuchamos cuando leemos su palabra» (DV 25).
Israel
fue
un
pueblo
orante
que
sabía
orar
y
que
enseñó
a
orar
al
mundo.
La
historia
de
Israel
viene
a
ser
un
diálogo
continuado
siempre
presente
en
todos
los
avatares,
por
los
que
el
pueblo
fue
pasando.
Un
Dios
que
se
autorrevela,
que
habla
con
el
pueblo,
que
interviene
con
poder
y
con
amor
en
la
vida
del
pueblo,
al
que
el
pueblo
acude
para
alabarle,
suplicarle,
darle
gracias,
protestar
incluso,
como
un
hijo
hace
con
su
padre.
El
diálogo
entre
Dios
y
el
pueblo
no
se
interrumpe
nunca.
Y
eso
es
justamente
la
oración.
Paradigma
de
oración
es
el
salterio
que
pasó
a
ser
oración
oficial
de
la
Iglesia.
En
los
salmos
aparece
la
polifacética
oración
bíblica
que
abarca
la
compleja
actitud
del
hombre,
que
unas
veces
ofrece
y
sacrifica,
bendice
y
adora,
y
otras
veces
invoca
y
pide,
suplica y se lamenta, llora, protesta y se rebela. Todo eso es oración. El mismo Jesucristo oraba con los salmos (Mt 27,46).
4. Jesús, un hombre de oración
Uno
de
los
rasgos
más
fundamentales
de
Jesucristo
es
la
oración,
hasta
el
punto
que
podemos
definirle
como
una
«persona
orante».
Su
vida
fue
una
oración
continua,
en
permanente
diálogo
con
el
Padre.
Oraba
por
la
noche
(Lc
6,12),
de
madrugada
(Mc
1,35),
en
las
comidas
(Mt
8,6),
en
momentos
importantes
de
su
vida
(Mt
4,1-10,
Lc
3,21;
Lc
6,12;
9,28-29;
11,1;
9,18-20;
Jn
6,11;
11,41;
12,27;
17;
Mt
26,
39.42.44;
27,46;
Lc
22,39-46;
23,34.46).
Entraba
en
la
oración
sin
prisas,
se
pasaba
las
noches
enteras
en
oración.
Oraba
en
las
sinagogas
(Lc
4,16;
6,6;
Mt
12,9:
Mc
3,1),
en
el
desierto
(Mt
4,1-10),
en
el
monte
(Lc
6,12;
9,28;
Mc
6,46),
en
lugares
solitarios
(Lc
5,16;
Mc
1,35;
Mt
6,46),
en
el
huerto
de
Getsemaní
(Lc
22,39).
Prefería
orar
en
soledad,
aunque
a
veces
se
hacía
acompañar
de
sus
más
íntimos
amigos
(Lc
9,28)
y
casi
siempre
en
lugares
secretos
(Mt
6,6),
al
aire
libre.
Oraba
de
rodillas
(Lc
22,41),
tirado
de
bruces
en
el
suelo
(Mt
26,39),
con
los
ojos
levantados
al
cielo
(Mc
6,41;
7,34;
Mt
14,9;
Lc
9,16;
Jn
11,41);
en
la
oración
se
transformaba
(Lc
9,29).
Oraba
por
sí
mismo
(Mt
26,39;
Jn
17,1-5),
por
sus
discípulos
(Jn
17,6-19),
especialmente
por
Pedro
(Lc
22,32),
por
sus
verdugos
(Mt
22,46)
y
sigue
orando
en
el
cielo
intercediendo
por
nosotros
(Heb
7,25).
Aparte
de
la
oración
sacerdotal
(Jn
17)
y
del
Padrenuestro
(Mt
6,9-13;
Lc
11,2-4),
los
evangelistas
recogen
sólo
tres
oraciones
de
Jesucristo:
Lc
10,21
y
Mt
11,25-26;
Mt
26,39.42.44;
Mt
27,46
y
Lc
23,34.46.
Jesucristo
comienza
todas
sus
oraciones
con
la
palabra
«Padre»,
todas
menos
una, la oración de queja: Mt 27,46.
5. Cómo orar
Jesucristo
es
el
maestro
de
la
oración.
Los
discípulos
le
preguntaron:
«Enséñanos
a
orar.
Y
él
les
dijo:
Orad
así:
Padre
nuestro...»
(Lc
11,2-4;
Mt
6,9-13).
Jesucristo
no
dijo:
«Podéis
orar
así»,
sino
«orad
así».
Esto
significa
que
el
Padre
Nuestro
es
«LA
ORACIÓN»,
la
única
que
puede
escribirse
con
artículo
y
con
mayúsculas.
Porque
es
el
modo
como
hay
que
orar.
No
hay
otro
modo
de
hacer
oración.
Las
demás
oraciones,
en
tanto
son
válidas,
en
cuanto
tienen
como
punto
de
referencia
el
Padre
Nuestro:
«Si
oramos
recta
y
congruentemente,
nada
absolutamente
podemos
decir
que
no
esté
contenido
en
el
Padre
Nuestro.
Quien
en
la
oración
dice
algo
que
no
puede
referirse
a
esta
oración
evangélica,
si
no
ora
ilícitamente,
por
lo
menos
hay
que
decir
que
ora
de
manera
carnal» (S. AGUSTÍN, Carta a Proba).
Cuando
Jesucristo
oraba,
lo
hacía
con
el
Padre
Nuestro,
como
lo
prueba,
por
ejemplo,
el
que
el
Padre
Nuestro
esté
plenamente
contenido
en
la
-•«oración
sacerdotal» (Jn 17):
Padre Nuestro: 17,1.5.11.21.24.25
La santificación del Nombre: 17,6.1 1.12.17.19.26.
Venida del reino: 17,1-5.10.24
En la tierra como en el cielo: 17,4.5.22 No nos dejes caer en la tentación: 17,12
Líbranos del mal: 17,12.15
Cumplimiento de la voluntad de Dios: 17,2.4.6.9.11.12.24
El perdón y el amor: 17,23.26
La unidad, como hijos del mismo Dios: 17,21.23
La
oración
hay
que
comenzarla
siempre,
como
Jesucristo,
con
la
palabra
«Padre»,
y
con
humildad,
pues
se
trata
de
escuchar
a
Dios:
«Padre,
habla,
que
tu
hijo
escucha»
(1
Sam
3,9-10).
Orar
no
es
una
charlatanería,
es
escucha
(Mt
6,7).
Los
paganos,
en
sus
oraciones,
fatigaban
a
los
dioses
con
su
palabrería.
Esta
actitud
de
humildad
está
claramente
expuesta
en
la
parábola
del
fariseo
y
del
publicano
(Lc
18,10-14).
La
oración
del
fariseo
representa
lo
que
no
debe
ser
la
oración
(la
soberbia,
la
auto
complacencia),
la
del
publicano
es
la
acertada
(humildad,
sentimiento
de
pecado,
súplica
del
perdón).
Oración
confiada:
«Padre,
te
doy
gracias
por
haberme
escuchado»
(Jn
11,41).
No
hay
que
insistir
en
pedir
cosas
para
uno
mismo,
pues
«nuestro
Padre
conoce
lo
que
necesitáis
antes
de
que
le
pidáis»
(Mt
6,8).
Oración
solidaria:
en
ella
estamos
con
Dios
desde
la
unión
con
los
hermanos.
El
que
no
se
entienda
con
los
hombres,
no
puede
entenderse
con
Dios.
Para
tratar
de
amistad
con
aquel
que
es
nuestro
amigo,
hay
que
ser
amigo
de
los
hombres,
pues
el
que
no
tiene
capacidad
de
amistad,
tiene
muy
poca
capacidad
de
orar:
«Cuando
os
pongáis
a
orar
si
tenéis
algo
contra
alguien,
perdonádselo,
para
que
también
vuestro
Padre
celestial
os
perdone
vuestros
pecados»
(Mc
11,25).
A
la
oración
hay
que
ir
con
las
mismas
disposiciones
que
a
la
Eucaristía
(Mt
5,23-24).
La
oración
va
unida
a
los
gestos,
sobre
todo
en
la
oración
comunitaria,
pero
también
en
la
individual.
Los
judíos
normalmente
oraban
de
pie
(Lc
18,
11-12)
en
las
sinagogas
y
en
las
plazas;
también
oraban
de
rodillas
(Sal
95,6;
Is
45,23;
Lc
22,41;
He
9,40.
20,36;
21,5)
y
con
los
ojos
levantados
al
cielo
(Mt
14,19;
Mc
6,4
1;
7,34;
Jn
11,
41).
Los
gestos
corporales
significan
que
está
orando
la
persona
entera,
alma
y
cuerpo.
En
todo
caso,
lo
importante
es
orar,
de
pie,
de
rodillas,
de bruces, sentado, en el suelo, paseando, donde uno se encuentre más a gusto, pues a la oración no vamos a torturarnos, sino a pasarlo bien.
6. Cuándo orar
Los
judíos
lo
hacían
varías
veces
al
día
(He
3,1;
10,3.9.30).
Daniel
oraba
tres
al
día,
de
rodillas
y
mirando
hacia
Jerusalén
(Dan
6,11).
Se
oraba
también
por
la
noche
(Sal
119,
55).
En
tiempos
de
Jesucristo
todos
los
Judíos
tenían
que
recitar
tres
veces
al
día,
en
privado
o
en
comunidad,
las
18
bendiciones;
no
comían
ni
bebían
sin
orar:
el
vino
lo
bendecían.
Jesucristo
nos
manda
orar
en
todo
momento
(Lc
21,36)
y
lo
mismo
hace
San
Pablo
(Ef
6,18;
1
Tes
5,17).
Hay
que
procurar
vivir
en
presencia
de
Dios
todo
el
día
y
todos
los
días
(Lc
2,75),
hacer
una
oración
diluida
a
lo
largo
del
día
que
invada
nuestra
vida
y
todas
nuestras
actividades.
Los
signos
de
los
tiempos
son
signos
manifestativos
de
la
presencia
de
Dios
(SC
53;
GS
4;
UR
4),
nos
hacen
entrar
en
oración;
esta
es
la
razón
para
estar
en
oración
constante,
pues
todo
habla
de
Dios.
Tener
«espíritu
de
oración»
no
es
hacer
cada
día
una
o
dos
horas
de
oración,
sino
hacer
cada
día
24
horas
de
oración.
«La
oración...
que
no
esté
limitada
a
un
tiempo
concreto,
a
unas
horas
determinadas,
sino
que
se
prolongue
día
y
noche
sin
interrupción»
(San
Juan
Crisóstomo).
(Los
textos
de
los
Santos
Padres,
cuando
no
van
acompañados
de
la
cita
bibliográfica,
están
tomados
generalmente
de: El Padrenuestro en la interpretación catequética antigua y moderna, Ed. Sígueme, Salamanca, 1990).
7. Dónde orar
En
Israel
el
lugar
de
oración
era
el
lugar
del
culto
(Gn
12,8;
1
Sam
1,3).
«El
templo
es
la
casa
de
oración»
(Is
56,7;
Mt
21,13;
1
Re
8,27).
Los
judíos,
cuando
oraban,
levantaban
sus
brazos
hacia
el
templo
(Sal
28,2;
134,2);
oraban
en
los
lugares
altos
(1
Sam
9,12;
1
Re
3,4),
junto
a
una
fuente
(Gn
23,42-44),
en
casa
(Gn
25,21;
Esd
9,5;
Tob
3,11-14,
Dan
6,11).
Jesucristo
dice
que
la
oración
se
haga
en
secreto
(Mt
6,5-6)
y
en
el
secreto
del
alma,
oratorio
privado
de
cada
uno,
morada
santa
de
la
Trinidad
Augusta
(Jn
14,23;
SC
12).
Pedro
oró
en
la
azotea
(He
10,9)
y
Pablo
«en
la
orilla
del
río,
donde
estaba
el
lugar
de
oración»
(He
16,13)
y
«en
la
playa
del
mar»
(He
16,13).
Lugar
apropiado
para
orar
es
también
tierra
adentro:
«Aunque
los
templos
y
lugares
apacibles
son
delicados
y
acomodados
a
la
oración...
aquel
lugar
se
debe
escoger
que
menos
ocupe
y
lleve
tras
sí
el
sentido...
Por
eso
es
bueno
lugar
solitario
y
aún
áspero, para que el espíritu sólida y derechamentente suba a Dios» (San Juan de la Cruz, S, 3,39,2).
8. Oración litúrgica
La
oración
en
común
alcanza
su
calidad
más
alta
en
la
liturgia,
que
es
una
fiesta,
la
celebración
de
la
alegría,
reflejo
de
la
liturgia
del
cielo,
un
himno
continuado
de
alabanza
al
Señor,
de
gloria,
de
honor
y
de
acción
de
gracias
(Ap
4,8-11;
7,9-12).
La
oración
de
la
Eucaristía
es
«el
corazón
de
la
oración
cristiana».
En
ella
Cristo
es
el
protagonista,
el
oferente
y
el
ofrecido,
el
orante,
el
que
ora
al
Padre
por
nosotros;
nosotros
oramos
con
él
y
con
los
hermanos.
El
cuerpo
físico
y
el
cuerpo
místico
de
Cristo
se
hacen
una
misma
cosa;
el
animador
de
la
liturgia
es
el
Espíritu
Santo,
por
lo
que
la
celebramos
llenos
de
amor.
En
la
liturgia
de
la
Iglesia
primitiva
eran
fundamentales
estas
cuatro
cosas:
predicación
(explicar
las
Sagradas
Escrituras),
comunidad
(koinonía:
todos
llevaban
algo
para
repartir
a
los
demás),
fracción
del
pan
(comunión,
eucaristía),
y
oraciones
(siempre
el
Padrenuestro
y
otras
oraciones
inspiradas
en
el
momento). Santiago une caridad y culto (Sant 1,27).
9. La perseverancia
La
oración
debe
ser
perseverante,
no
desfallecer
jamás,
ni
siquiera
en
la
oración
de
súplica
o
petición.
Aunque
no
se
nos
conceda
lo
pedido,
hay
que
seguir
pidiendo,
sobre
todo
en
lo
que
pedimos
para
los
demás
(Si
7,10.14;
39,5;
Col
4,
2;
1
Tes
5,17;
Lc
18,
1;
Fip
4,6).
Pedir
con
insistencia
como
el
amigo
inoportuno
(Lc
11,
5-8)
o
la
viuda
insistente
(Lc
18,1-5),
y
con
confianza,
pedir
con
fe
con
la
seguridad
de
que
seremos
atendidos,
porque
así
nos
lo
ha
prometido
Jesucristo
(Mt
7,7;
Jn
14,14;
15,16;
Mt
21,22);
pedir
en
nombre
de
Jesucristo,
es
decir,
dirigirnos
a
Dios
como
a
nuestro
Padre,
y
dejarlo
luego
todo
en sus manos (Lc 22,42)
La
Iglesia
primitiva
estaba
especialmente
configurada
por
estas
dos
cosas:
1)
La
unidad
de
corazones
y
de
vida.
2)
La
perseverancia
en
la
oración
comunitaria.
Era,
de
verdad,
una
Iglesia
comunitaria,
pues
todo
era
común,
y
una
Iglesia
orante
(He
2,44;
1,14;
12,5),
pues
alimentaba
su
vida
con
la
oración
(He 6,4; 4,24-30; Col 3,16-17; Ef 5,18; Heb 17,15). Oraban sin prisas (He 20,21).
Hacer
de
la
vida
una
oración
continuada,
diluida
a
lo
largo
del
día,
que
nos
mantiene,
casi
sin
sentirlo,
en
continua
presencia
de
Dios,
en
inseparable
compañía con él.
10. Oración comprometida
En
la
oración
hablamos
distintas
lenguas:
de
alabanza,
de
adoración,
de
arrepentimiento,
de
petición,
de
acción
de
gracias,
pero
la
cosa
no
puede
quedarse
ahí,
hay
que
traducirlo
después
a
las
obras.
Y
las
obras,
que
hay
que
hacer,
no
son
otra
cosa
que
cumplir
la
voluntad
de
Dios.
Una
oración
únicamente
de
alabanza
no
sirve
para
nada
o
para
muy
poco.
Obras
son
amores
(ls
29,13;
Mt
15,8-9).
«No
todo
el
que
me
dice:
Señor,
Señor,
entrará
en
el
reino
de
los
cielos,
sino
el
que
hace
la
voluntad
de
mi
Padre
celestial»
(Mt
7,21).
Todo
esto
está
claro
en
la
parábola
de
los
dos
hijos
desiguales
(Mt
21,28-32):
el
obediente
desobediente
y
el
desobediente
obediente.
El
padre
los
manda
a
trabajar
a
la
viña.
El
primero
dice
que
sí
y
luego
no
va,
el
segundo
dice
que
no
y
luego
va.
En
el
primero
están
representados
los
fariseos,
hombres
de
oración,
los
que
rezan
mucho,
los
que
alaban
mucho
a
Dios
y
luego
hacen
todo
lo
contrario
de
lo
que
dicen,
«dicen
y
no
hacen»
(Mt
23,15),
dicen
«sí
señor»
y
es
«no
señor».
En
el
segundo
están
representados
los
publicanos,
las
prostitutas,
los
pecadores,
los
que
no
rezan
que,
aun
sin
saberlo,
cumplen
la
voluntad
de
Dios.
Son
los
que
dicen
«no
señor»
y
luego
es
«sí
señor».
De
éstos
dice
Jesucristo:
«Los
publicanos
y
las
prostitutas
entrarán
en
el
reino
de
Dios
antes
que
vosotros»
(Mt
21,31).
La
oración
nos
debe
llevar
a
adquirir
compromisos
de
solidaridad
con
los
hermanos.
La
oración,
por
muy
alta
y
contemplativa
que
sea,
si
no
tiene
proyección
fraterna,
es
una
oración
falsa;
si
no
aterriza
en
las
realidades
de
la
vida
social,
es
una
pura
evasión,
que
se
queda
entre
las
nubes,
una
oración
que
se
esfuma
y
se
evapora
sin
dar
el
fruto
deseado.
11. Los cinco pasos
He aquí los cinco pasos que hay que dar en la oración:
Lectio, Meditatio, Oratio, Contemplatio, Actio.
1°)
Lectio:
lectura,
leer.
Hacer
de
la
Palabra
de
Dios
una
lectura
inteligente.
Hay
que
captar
el
sentido
literal
histórico
y
espiritual
del
texto
sagrado.
Para
ello
hay que emplear las técnicas de la hermenéutica bíblica; se trata, en parte notable, de una labor de estudio. A este paso lo llamamos palabra comprendida.
2°)
Meditatio:
Reflexionar.
La
palabra
comprendida
debe
ser
asimilada
y
encarnada
en
la
propia
vida.
Para
que
así
sea,
hay
que
reflexionar
sobre
ella,
profundizar
en
su
sentido,
analizar,
examinar
la
palabra
desde
las
realidades,
que
nos
es
dado
vivir.
Se
trata
de
confrontar
la
palabra
con
mi
vida
y
con
la
de
los
demás,
de
hacer
hablar
a
la
palabra
desde
todas
las
perspectivas
humanas
y
espirituales
y
ver
cuál
es
la
respuesta
justa
que
esa
palabra
nos
ofrece.
A
esto lo llamamos palabra confrontada.
3°)
Oratio:
Oración.
Una
vez
comprendido
y
confrontado
el
texto,
obra
fundamentalmente
de
la
cabeza,
hay
que
orar
con
el
texto,
obra
fundamentalmente
del
corazón. Hay que poner a funcionar el corazón, hablar con Dios, encarnar en la propia vida el significado del texto. A esto lo llamamos palabra digerida.
4°)
Contemplatio:
Contemplación,
oración
de
quietud.
Dejarse
inundar
por
el
contenido
de
la
palabra.
No
hay
que
discurrir
con
la
cabeza,
ni
hablar
con
el
corazón,
hay
que
abrir
las
puertas
del
alma,
para
que
la
palabra,
cual
agua
suave
y
temporal,
nos
vaya
calando
y
recalando
hasta
empaparnos
y
anegarnos
por
completo.
Es
un
momento,
un
rato,
las
horas
muertas,
el
tiempo
que
sea,
en
estado
de
quietud
absoluta
bajo
el
influjo
del
Espíritu
Santo.
Es
la
obra
de
Dios en nosotros, en la que se realiza nuestra unión con él. A esto lo llamamos palabra encarnada. La palabra es ya carne nuestra, es nuestra misma vida.
5°) Actio: Acción, obras, se tata de traducir el encuentro con Dios en obras de amor y solidaridad para con los prójimos.
«La
lectura
lleva
alimento
sólido
a
la
boca,
la
meditación
lo
parte
y
lo
mastica,
la
oración
lo
saborea,
la
contemplación
es
la
misma
dulzura
que
da
gozo
y
recrea». En esto consiste la «Iectio divina», pero esta «Iectio»», sin la «actio» está gravemente mutilada, hay que añadir el quinto paso.
Santa
Teresa
habla
también
de
cuatro
pasos
o
grados
de
oración
que
expone
con
la
metáfora
de
regar
el
huerto
del
alma
y
que
van
desde
los
principios
trabajosos de hacer oración hasta las gozosas cumbres de la misma.
1°)
Agua
de
pozo:
«De
los
que
comienzan
a
hacer
oración,
podemos
decir
son
los
que
sacan
el
agua
del
pozo,
que
es
muy
a
su
trabajo»
(V
11,9).
Esto
es
meditación.
2°)
Agua
de
noria:
«Digamos
ahora
el
segundo
modo
de
sacar
el
agua
que
el
Señor
del
huerto
ordenó
para
que
con
artificio
y
arcaduces
sacase
el
hortelano
más agua, y a menos trabajo y pudiese descansar sin estar continuo trabajando» (V 14,1). Esto es oración de quietud.
3°)
Agua
de
río:
«La
tercera
agua
con
que
se
riega
esta
huerta
es
agua
corriente
de
río
o
de
fuente,
que
se
riega
muy
a
menos
trabajo,
aunque
alguno
da
el
encaminar el agua» (V16, 1), A esto se llama, unión de amor.
4°)
Agua
de
lluvia:
«Agua
que
viene
del
cielo
para
con
su
abundancia
henchir
y
hartar
todo
este
huerto
de
agua...,
esta
agua
viene
muchas
veces
cuando
más descuidado está el hortelano» (V 18,9). Esto es arrobamiento. ->padrenuestro.
BIBL.
-
A.
GONZÁLEZ
NUÑEZ,
La
Oración
en
la
Biblia,
Cristiandad,
Madrid,
1968;
J.
M.
COMBLIN,
La
Oración
de
jesús,
Sal
Terrae,
Santander,
1968;
J.
JEREMÍAS,
ABBA,
Sígueme,
Salamanca,1981;
X.
PIKAZA,
Para
vivir
la
oración
cristiana,
Verbo
Divino,
Estella,
1989;
J.
ALCÁZAR
GODOY,
La
Oración,
Escuela de amor, San Pablo, Madrid, 1995; SANTA TERESA DE JEsús, El libro de la vida, cap.11-21.
CONTACTO
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Teléfono: (957) 47 62 49| Email:
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¿QUÉ ES LA ORACIÓN?