Santa
Hildegard
von
Bingen
es
una
de
las
más
fascinantes
mujeres
de
toda
la
Edad
Media.
Fue
abadesa,
mística,
profetisa,
compositora
y
escritora.
Fue
denominada
la
Sibila
del
Rin
y
la
profetisa
teutónica.
Vivió
en
el
siglo
XII,
tiempo
de
cruzadas
y
trovadores,
se
comprometió
con
la
reforma
de
la
Iglesia
y
redactó abundantes escritos sobre temas teológicos, políticos, musicales y de medicina.
«En
la
misma
visión,
entendí
los
escritos
de
los
profetas,
de
los
Evangelios
y
de
los
demás
santos,
y
de
algunos
filósofos,
sin
haber
recibido
instrucción
de
nadie,
y
expuse
ciertas
cosas
basadas
en
ellos,
aunque
apenas
tenía
conocimientos
literarios,
al
haberme
educado
como
mujer
poco
instruida»
(Hildegard
von Bingen).
Hildegard
nació
en
el
verano
de
1098
y
es
una
de
las
más
fascinantes
mujeres
de
toda
la
Edad
Media.
Fue
abadesa,
mística,
profetisa,
compositora
y
escritora,
también
conocida
como
la
Sibila
del
Rin
y
la
profetisa
teutónica.
Su
nivel
cultural
era
muy
grande;
se
comprometió
con
la
reforma
de
la
Iglesia,
a
la
vez que redactó abundantes escritos sobre temas teológicos, políticos, musicales y de medicina.
Vivió
en
el
siglo
XII,
tiempo
de
cruzadas
y
trovadores.
Fue
una
época
de
cambios.
Las
cruzadas
trajeron
ideas
de
la
filosofía
y
ciencias
orientales,
y
a
su
vez,
las traducciones árabigo-latinas de los escritos de Aristóteles transformaron la filosofía occidental.
Su
padre
era
de
una
familia
noble,
y
desde
muy
pequeña
demostró
gran
inteligencia,
además
de
tener
el
don
de
«la
visión».
Sufrió
muchas
enfermedades
en
su infancia, lo que después la ayudó a comprender el sentir de las personas enfermas y ayudarlas en su curación.
No
fue
consciente
de
que
poseía
un
don
especial
para
la
adivinación
hasta
los
quince
años.
En
sus
visiones,
una
voz
interior
le
indicó
que
escribiera
lo
que
veía y oía. Igualmente, a través de una visión, le fue indicado que debía fundar un convento propio. Así lo hizo, y fue abadesa del mencionado convento.
Hildegard
fue
una
mujer
que
no
solo
predicó,
sino
que
también
intervino
en
la
política
de
su
época.
Su
fama
de
santa
y
profetisa
fue
tan
grande
que
en
1150,
el emperador Federico I Barbarroja la invitó a palacio.
Hizo
numerosos
viajes
para
predicar,
cosa
que
era
poco
común,
ya
que
con
ello
abandonaba
su
labor
de
abadesa.
Su
predicación
se
dirigía
a
la
redención,
la
conversión
y
la
reforma
del
clero,
criticando
duramente
la
corrupción
eclesiástica.
Utilizó
«cartas»
en
las
que
daba
su
opinión
a
personajes
notables
con
mucha valentía.
Entre sus obras se cuentan tratados teológicos, epístolas o cartas, tratados médicos, etc. Destacan sus obras visionarias, usando la alegoría ético-religiosa.
Una de sus obras es Lingua ignota, que es la primera lengua artificial de la historia, con un glosario de 209 palabras con su significado en alemán.
Esta creación se debe, al parecer, a motivos místicos o de carácter científico.
Hildegard
daba
gran
importancia
a
la
música
y
compuso
setenta
y
ocho
obras
musicales.
Consideraba
el
canto
como
una
manifestación
del
espíritu
divino
en
el
hombre.
Fue
muy
innovadora,
como
al
emplear
intervalos
de
cuarta
y
quinta
cuando
el
canto
de
su
época
no
solía
pasar
de
terceras.
La
finalidad
de
sus
obras musicales era que fueron hechas para las necesidades litúrgicas de su propia comunidad, así como para enseñanza de tipo teológico y moral.
Fue
en
su
madurez
y
debido
a
su
trabajo
en
el
hospital
del
convento,
y
también
a
su
don
profético,
cuando
adquirió
amplios
conocimientos
de
medicina.
De
ello
tratan
dos
de
sus
libros:
Física
y
Causae
et
curae.
En
ellos
destaca
el
principio
de
unidad
entre
el
cuerpo,
el
alma
y
el
espíritu.
Se
la
puede
considerar
la
primera mujer médico alemana.
Su gran logro fue unir los conocimientos del momento sobre enfermedades y plantas con la medicina popular.
Entre
las
plantas
curativas,
Hildegard
le
da
especial
importancia
a
la
artemisa,
a
la
ortiga,
la
scandula
(escanda),
la
lavándula
(lavanda),
la
myristica
fragans
(nuez moscada), la achillea (aquilea) y también a la flor de prímula.
Dice
de
esta
última,
la
flor
de
prímula,
que
es
cálida
y
recibe
su
fuerza
en
el
cénit
del
sol.
Hay
hierbas
especiales
que
se
fortalecen
con
el
sol;
otras,
sin
embargo,
con
la
luna;
y
otras,
con
el
sol
y
con
la
luna
indistintamente.
Pero
esta
hierba
toma
su
fuerza
fundamentalmente
de
la
energía
del
sol
y
por
eso
reduce la melancolía.
Del
arte
curativo
de
Hildegard,
se
recomienda
para
el
camino
personal
de
curación
las
«Seis
reglas
de
oro
para
la
vida»,
dirigidas
a
las
mujeres
y
que
naturalmente también son válidas para todos los hombres:
1.- La mujer debe utilizar los remedios que le ofrece la creación.
2.- Utilizar el poder curativo de los alimentos apropiados.
3.- Los que producen y trabajan deben dedicar un tiempo a la oración y a la meditación, así como a la relajación, en una proporción equilibrada.
4.- Sueño y vigilia deben estar igualmente en una relación equilibrada.
5.- Debe limpiarse el cuerpo de los venenos ambientales, de las materias impuras y malas energías por medio de sangrías, escarificaciones y fisioterapia.
6.-
Asimismo,
hacer
una
limpieza
del
alma
de
sentimientos
negativos,
conflictos
y
problemas
con
la
ayuda
de
las
energías
curativas
espirituales,
por
medio
del ayuno, tal y como Hildegard hacía.
La
importancia
de
Hildegard
Von
Bingen
para
nuestro
tiempo
la
encontramos
en
su
obra
Medicina
naturista
(el
libro
Física),
que
contiene
información
diferenciada sobre la esencia y el efecto de 500 plantas, hierbas curativas, animales, piedras preciosas y metales.
El
arte
curativo
de
Hildegard
se
basa
en
una
búsqueda
del
sentido
del
dolor
y
de
la
muerte.
Es
hoy
más
actual
que
nunca,
pues
tiene
en
cuenta
no
solo
los
síntomas,
sino
también
el
origen
del
dolor.
Hildegard
considera
al
hombre
como
una
unidad
de
cuerpo-alma-espíritu.
Por
eso,
el
estado
espiritual
del
paciente
tiene
para
ella
una
gran
importancia.
En
su
arte
de
curar,
la
intervención
de
Dios
es
una
necesidad
deseada.
El
encuentro
del
enfermo
con
el
centro
divino
es
una
condición
imprescindible
para
un
claro
proceso
curativo.
Para
ello,
es
necesario
que
el
enfermo
escuche
su
propia
voz
interior,
confíe
en
ella,
utilice
la
energía
curativa
de
la
naturaleza
y
se
una
con
lo
divino;
así
sanará
no
solo
sus
enfermedades
físicas,
sino
también
las
del
alma.
Por
eso,
las
plantas
no
son
solo un recurso natural, sino que también son siempre portadoras de la fuerza divina.
Tal como ella misma había previsto, murió el 17 de septiembre de 1179. La noche de su muerte una milagrosa luz apareció en el cielo.
He aquí algunas frases de esta mujer tan especial:
«Luego oí una voz que me decía desde el cielo: lo invisible y eterno se manifiesta a través de lo visible y temporal» (Scivias, primera parte, tercera visión).
«El alma es más poderosa que el cuerpo. (…) el alma puede vivir sin el cuerpo; este, sin embargo, de ningún modo puede vivir sin ella» (Causae et curae).
HILDEGARD VON BINGEN
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